Como nunca se sentían emocionados, como si el evento para dar paso a su hombría fuera el de llegar al “rincón” y dejar de ser un “bodrio” de aquellos que mal agradecidamente recibían los pobres fuera a la iglesia del poblado. Para el y sus amigos esta experiencia era como la que sus padres contaban cuando las madres y hermanas salían para intercambiar, bordados y recetas de repostería, entre otras cosas. ¿Como podrían de algún modo olvidar lo que sería prácticamente la única educación que sus padres podían heredarles?, esas sorprendentes historias de tabernas acompañadas de una vieja y oxidada banda de mandolinas, violines y extraños tambores, que daban el ritmo a tan lúdicas y épicas historias nunca antes relatadas. Sus padres siempre les comentaban que aquellos ancianos, no solo eran hombres con experiencia, si no que a pesar de los años sus mentes eran tan frescas como las de un jovencito recién descubriendo el mundo, hombres que alguna vez habían servido al ejercito por proteger su malograda patria, a la que tanto adoraban.
Sin embargo, de un tiempo hasta ahora, las cosas habían cambiado, ya no eran los mismos ancianos, ni los mismos músicos y quizás tampoco las mismas historias, pero había algo que en sus corazones, algo sentían que no había cambiado, el espíritu de aquel lugar que generación tras generación obedeció a las mismas intenciones, noches de hombres, noches de embriagarse, noches de historias de guerra, amores, y de seguro leyendas tan inverosímiles como sus excusas para llegar ebrios a casa. Si, nada mejor que eso, la mejor diversión para un hombre, una taberna, amigos, cerveza de raíz y las más estúpidamente increíbles historias que nunca escucharían en algún otro recinto.
Los cinco amigos caminaban felices, jugueteando entre ellos como de costumbre. Su crianza juntos los hizo tan acérrimos, que comprendían que este gran paso debían darlo juntos, después de todo era la primera vez para cada uno de ellos, y era razón suficiente para celebrar, pero no era lo que más les intrigaba de ese lugar, necesitaban estar en primera fila para oír lo que la mayoría de los hombres querían escuchar en ese lugar, y compartir también, todas esas vivencias que los llenarían de gloria entre los suyos, y que a su vez alimentaría la imaginación de otros, y por no decirlo, las propias también.
La bruma se hacía más espesa acorde pasaban los segundos, pero lograron divisar gracias al brillo de un faro en una esquina, esa tabla carcomida por el tiempo, esa que seguramente si fuese un hombre, tendría más arrugas que las hojas en otoño, y más vivencias que los mismos ancianos que se posan en la misma taberna todas las noches desde que tienen memorias. Al corroborar todos juntos el nombre del lugar, no hubo necesidad de decir algo, ni de mirarse, ni de hacer ningún tipo de manifestación, pues solo necesitaban caminar hasta el que siempre fue su sueño y su destino, la anhelada taberna que recibía el nombre de “Rincón”.
Una vez dentro ya todo era diferente, el ambiente era calido, pues nadie se volteo a mirar a los nuevos clientes, ni siquiera el tabernero, o los mismos músicos, tampoco se vieron desconcentrados por su llegada, todo parecía ser normal, sin embargo, para ellos era el lugar perfecto, ese que en sueños veían distante, podían escuchar las carcajadas de algunos hombres en algunas mesas, y en otras los estruendos de los bronces cilíndricos chocando entre ellos llenos de cerveza de raíz. No podían creerlo era todo absolutamente real, como siempre lo imaginaron, o como siempre nombraron el suceso, “el salto a la más profunda felicidad”. Parecía que todo fuera jocoso, y a medida que pasaba el tiempo el ambiente se hacia más hogareño para ellos.
Llegaron a una mesa y ahí se posicionaron un momento, hasta que se hiciera el dinero para comprar las jarras de bronce con el tan preciado néctar, ese que consideraban el más dulce de los zumos, ese creían traería absoluta felicidad a sus jóvenes vidas. Al hacerse con el dinero uno de ellos exclamó.
- ¡Oh! Creo que si tenemos suficiente, después de todo Asgard ya es teniente en el ejercito, si falta el colabora con el resto – dijo presuntuosamente, mientras que el resto de los amigos estalló en carcajadas, aunque claro que a Asgard no le pareció tan gracioso, a lo que respondió.
- Vale, vale chicos está vez pondré si falta pero a la próxima debéis traer vuestro saco con monedas, que no me viene en gracia alguna fomentarles el vicio – dijo alegremente el muchacho. Asgard era un joven sumamente agradable para las personas, no era un tipo temperamental, ni tenía ambiciones grandes en la vida, sin embargo, siempre fue muy ingenioso y en momentos de crisis siempre era el factor que marcaba la diferencia entre el fracaso y el éxito. Ha de ser por eso que tan prematuramente ascendió en la milicia, de entrar como un simple soldado de quinta categoría, hoy es un Oficial de la guardia regional de su nación, lo cual llena de orgullo a su familia, que siempre ha sido de la clase campesina.
Al tener el dinero reunido Joud lo tomó y emprendió camino hasta el tabernero, necesitaba cinco jarras de cerveza de raíz para el y sus cuatro amigos en la mesa. Joud era un hombre vigoroso, había obtenido de su padre no solo la profesión de forjador y artesano, también el cuerpo robusto y musculoso que lo caracterizaba. Desde muy niños el y Asgard siempre fueron los mejores amigos, jugaban juntos y vivieron verdaderas aventuras, también eran compañeros de travesura, por lo tanto, tenían los mismos castigos, de hecho gracias a sus travesuras sus familias también se hicieron grandes amigos. Ellos cultivaban en sus recuerdos, las enseñanzas que les dio la vida de pequeños, y que hasta hoy en día estimulan en sus vidas el pasado para crear del presente una nueva aventura, y de esa forma dar paso al futuro con la incertidumbre que merece. Es por ello que hoy en día siguen frecuentando entre ellos sus hogares, y sus andanzas, las cuales hoy los habían traído hasta aquí, donde siempre soñaron llegar, es por ello que para Joud, era tan imprescindible el momento de anunciar el pedido.
- ¡Hola!, buen hombre os agradecería 5 jarras de cerveza de raíz - dijo imponente el joven Joud.
- Por supuesto joven, enseguida sale su orden – el tabernero extrañado y con una cierta curiosidad preguntó al chico - ¿a caso no eres tú el hijo del viejo Vaud, el forjador de Inmitri?
- ¡Claro! El mismo – contestó orgulloso el muchacho.
- Pues tu padre frecuentaba mucho esta pobre taberna, supongo que vienes a continuar con la costumbre familiar de los hombres de tu linaje, este lugar, tiene la generación de tu familia marcada en nuestros muros, todos han vivido noches de juerga dentro de esta pozada.
- Pues he venido para continuar la tradición, mis amigos y yo estamos en la mesa de enfrente a la ventana.
- Está bien joven Joud, ya está listo, tenga las jarras – Joud las recibe amarrándolas entre sus poderoso brazos y se dirige a la mesa, pero antes – por favor joven, envíe saludos a su parte en mi nombre, el hoy en día viejo Fhip.
- En su nombre amigo.
Y así caminó con un paso seguro hasta la mesa, para no derramar ni una sola gota del preciado brebaje, y ya estando en la mesa, colocó las jarras sobre la misma y dijo.
- Al fin llego el momento de disfrutar nuestra primera noche como verdaderos hombres.
- Así es querido amigo – contestó Asgard – aunque tardaste una eternidad, ¿es que acaso hiciste tu mismo la cerveza? Kohl y Poul ya casi morían de angustia – a lo que los muchachos sueltan risa nerviosa. Kohl y Poul eran gemelos, ambos trabajaban en el rubro de las artes medicas, Kohl trabajaba como un curandero, mientras que Poul como un boticario, quien además de vender brebajes para la curación de males, también los preparaba, ambos fueron hijos de un monje autoexiliado de su fe, por lo cual al dejar de lado su creencia, pasó a ser un simple campesino más. De ese modo es como Kohl y Poul conocieron a Asgard y Joud, y es que sus padres tenían lo mismo en común. Por algún motivo terminaron trabajando como campesinos, así como el padre de Joud en algún momento fue un gran forjador y artesano, por problemas de salud de su padre tuvieron que marcharse a hacer las labores campesinas a las afueras del pueblo, para cubrir al enfermo abuelo de Joud. Por otro lado, el único que siempre supo de campo, fue el padre de Asgard quien siempre vivió ahí, generación tras generación.
Los muchachos estaban listos para alzar las jarras y brindar por el momento, pero alguien no estaba listo aún. Tippin, el más joven de los cinco, el era aprendiz de un escritor que en algún momento se dedico como bardo a cantar por los pueblos sus poesías sobre guerras y enfrentamientos de hombres con extrañas y peligrosas criaturas. Sus padres en algún momento pertenecieron a la nobleza, pero por esos azares del destino las oscuras manos de la perversidad humana, el amor al poder y los factores de adquisición económica, terminaron por dejarlos sin ningún Kerin (moneda nacional Frousthak), sin embargo, se adaptaron rápidamente a su nueva vida, y encajaron con sus vecinos, y gracias a lo eruditos que eran, por haber sido nobles, compartieron su cultura y sus saberes con sus nuevos amigos y vecinos, los que desde luego eran amigos de su hijo Tippin, quien estaba terminando es escribir un verso que se le ocurrió de la nada, lo que le impedía llevar a cabo el poder probar el brebaje con sus fraternos compañeros.
- vamos Tippin, no podemos esperaos toda la noche para beber.
- Lo siento amigos, pero debo escribir este verso antes de que se escape de mi corazón – dijo al tiempo que soltó la pluma y guardo sus cosas en el bolso que siempre trae con el, tomó su jarra y miró a sus amigos – bien amigos míos estoy listo, demos paso a este nuevo camino – afirmó con una enorme sonrisa en la cara, la cual lo consagró entre sus amigos con Sonrisita.
Y así los jóvenes amigos, tomaron sus jarras, todos muy enérgicos a pesar de que era la primera vez que sostenían una en sus manos y se notaba el pesar en el larguirucho brazo de Tippin, que por supuesto era el menos atlético de todos. Llegado el momento, Asgard toma la palabra.
- Amigos, que este dulce zumo de campeones, de guerreros, de hombres salvadores de la vida, de intelectuales que luchan por los sueños, de gente que trabaja por sus familias, nos lleve a donde siempre deseamos llegar, ¡alcen sus jarras amigos que esta noche debemos beber hasta el fondo de este bronce!
Y así empinaron sus jarras pasta lo alto de sus cabezas, y el brebaje bajó rápidamente por sus gargantas, pero antes de que pudieran llegar a la mitad, un suceso nunca antes visto, ni por los clientes de la taberna más ancianos, ni por el mismo tabernero, quien llevaba años trabajando en ese lugar había visto, un prominente impulso del brebaje eyectado desde la boca de los jóvenes, tomando como destino el rostro de ellos mismos, quienes se encontraban de frente en ese momento. Las caras de sorprendidos y las espontáneas, pero tenues risas que comenzaron a aparecer, no eran nada en comparación de las caras que tenían los amigos a verificar la amargura del brebaje que pidieron. Esto no era el dulce brebaje del que hablaron sus padres, no era ese néctar por el que debían dar el día trabajando, todo fue una farsa, ¿o es que había algo que ellos no habían comprendido? Lo único real en ese instante fue que sus rostros goteaban como sus camisas, y que luego de sacar las arrugas de sus ojos en esas deformes caras, soltaron la carcajada que inundó la taberna. A pesar de que nada era como pensaron, a pesar de que pudieron sentirse engañados, comprendieron finalmente que nada en la vida era más gratificante para ellos que reír y disfrutar con sus amigos, incluso de los errores que parecieran ser tan absurdos como la misma reacción de escupir lo que pensaron era literalmente “dulce”. Desde ese entonces asimilaron una realidad diferente, aquello no es dulce solo por su sabor, lo es por lo que provoca en quien lo bebe, quizás no sea el trago lo que lo haga dulce a si mismo, quizás son las personas con quienes lo compartieran. Sea como sea se sentían felices y orgullosos de haber vivido la primera vez en una taberna.